Déspota adoctrinado en la KGB que estuvo designado un tiempo en la siniestra Stasi alemana, nostálgico del Muro de Berlín y la URSS, que luego de su colapso se transmutó en líder sucesor de un Boris Yeltsin alcoholizado y moribundo. Ese es Vladimir Vladimirovich Putin, un hombre hecho por y para la autocracia y el abuso de poder, un ser abocado a hacer Rusia grande de nuevo recuperando por la fuerza los territorios que se independizaron del más largo y mortífero experimento totalitario del siglo XX.
Este espía comunista transformado en Zar que persigue y asesina disidentes, que apoya dictaduras por doquier y financia terroristas para matar americanos, hoy es el socio fiable de la primera potencia democrática del mundo por decisión de Donald Trump. Su gran triunfo no fue en el campo de batalla ucraniano donde fracasó intentando apabullar militarmente con todo lo que tenía a un ejército mucho más pequeño, su triunfo fue propagandístico, sus ideas antiwoke y antiecologistas de cristiano ortodoxo fueron suficientes para cautivar el imaginario de una parte del conservadurismo occidental, esa que lo ve como aliado contra los excesos de la ideología de género y el alarmismo climático, a la que le escandaliza más una drag queen en sus calles que la masacre de ucranianos en las calles de Bucha.
Este mafioso antioccidental y antiamericano ha logrado captar al hombre más poderoso del planeta en su cruzada contra la vieja y «decadente» Europa. Sí, señores, aunque parezca insólito, logró poner de su lado a un país al que desprecia desde lo más profundo de su helado corazón, del que sueña vengarse por la derrota histórica de la guerra fría, del que abomina sus ideas de libertad y especialmente la limitación efectiva del poder.
Ni en sus mejores sueños podía anticipar que sería su enemigo histórico el que vendría a rescatarlo del pantanal sangriento en el que su soberbia lo metió. Pero pasó y ahora puede brindar con vodka aderezado con gotas de sangre ucraniana y rusa, el nuevo orden mundial en el que la libertad y la democracia se convirtieron en costosos estorbos de la sagrada voluntad del líder iluminado.